A eso de las 4, cuando el sol aún no se
ha ocultado, una mujer se para debajo de un árbol. Lleva un hermoso vestido beige, y zapatos
cerrados. El vestido, que parece haber sido blanco deja ver su delicada figura.
Se dispone de tal forma, que parece que
tuviera en sus manos un violín. Utiliza el arco con sus dedos casi empuñados e
intenta realizar pequeños movimientos. Algunos caminantes se detienen, la
observan, pero ninguno se queda. Sus movimientos son tan suaves y tan precisos
que por un momento, parecen mezclarse con el sonido del viento.
Antes de ser arrastrado por su madre, un
niño, vestido como marinero la observa. Ella no se percata, pero él, disfruta
viéndola, tanto como ella entonando su melodía. Suavemente el niño voltea
su cara y la ve desaparecer.
La tarde marchita le inspira a
continuar. Permanece allí media hora, como un árbol plantado en una selva de
concreto. La obra está en su cúspide, los vibratos que realiza son el
preludio del final. Baja su violín, observa el descenso del sol y camina hacía
otro atardecer.
A lo mejor consigue acompañamiento de piano para un nocturno, y así pueda recibir a la luna entre las sombras de las cuerdas.
ResponderEliminarMe gusta español, pero no escribo(rsrs). texto sensível, belo e musical.
ResponderEliminarps. Meu carinho meu respeito meu abraço.
Eu não falo português perfeito. Entretanto eu vou ler seu blog.
EliminarUm abraço
Una combinación armónica de gestos es una danza y toda danza presupone una música. Nosotros somos el instrumento.
ResponderEliminarHermoso texto, Felipe. Gracias por tus comentarios y un saludo.