En
noches como las de hoy, siento como si mi juventud hubiese partido. Como si el
peso de mi nostalgia, pintara con polvo blanco mis cabellos, mi vida y mis
pensamientos.
Siento
pena por mí. Miro debajo de mi frazada, y solo escucho risas inocentes de
niños grandes. Levanto la mirada; sobre aquella frazada, viaja un naufrago
esperando a ser silenciado por la crueldad de las olas.
La salinidad, termina de resecar mis labios. Me siento
a descansar pero no puedo, el mar ahoga mi garganta y sumerge mi pecho en una
lenta y sobria pesadez. Al igual que mis ideas, mi respiración se hace ciega,
casi como un movimiento torpe en la oscuridad.
No conozco a nadie, no recuerdo sus nombres. Al igual
que el naufrago, muchos amigos han partido. Ella se ha ido con palabras que aún
no dije, con la ilusión de un amante que aún no recorre mi desnudez.
Tal como la juventud que sólo llega una vez, transcurren en la vida las oportunidades. Con las huellas del tiempo y los azares del mundo, pensar en las palabras guardadas, en los besos no robados o en las caricias coleccionadas para mi, resultaría ahora, insensato.
Si aquel naufrago se atreviese a preguntar por la edad de mi
corazón, arrugaría la frente y dejaría clara la ausencia de una brújula en
nuestro viaje.
Ciertamente, he querido volver al principio, caminar nuevamente descalzo, correr con el corazón en la mano y levantarme con la emoción, que producen aquellas molestas mariposas en el estomago, pero de aquello sólo queda un vago recuerdo.