Se acababa
de despertar. Escuchó las llantas de los carros que transitaban por el
pavimento mojado, se asusto especialmente por uno que paso muy cerca de la
puerta del cuarto, guardo silencio y espero, se escucharon llaves y una puerta
sonar. Pensó que había pasado todo. Se levanto como pudo, observo la cara de la
prostituta; tenía los ojos cerrados y el labial corrido casi hasta su oreja
izquierda. Ahora tenía que hallar una forma de salir de allí.
Él mismo se
hacía llamar james, era un hombre blanco, de tonalidad pálida, más bien como si
fuera vegetariano o sufriese de una enfermedad hepática contagiosa,
generalmente vestía ropa formal, dado que su profesión así lo requería, tenía
alrededor de 50 años y la edad se le notaba en las entradas y en la calvicie.
Era un fumador empedernido, tenía dientes amarillos por la cafeína y una
sonrisa vacía y triste. Nunca supo explicar muy bien las clases magistrales
para las cuales el director de una de las más prestigiosas universidades del
país, le había contratado.
Tenía
movimientos bruscos y torpes, era más bien lento y se le dificultaba organizar
sus ideas, pero cada vez que exponía algún tema terminada con una sonrisa
fingida y poco encantadora.
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